jueves, 19 de febrero de 2009

APLÍCATE EL CUENTO


Por fin me decido a escribirte esto en este frío ordenador, tan distinto del cuaderno marrón que estrené cuando te conocí, con sus hojas de papel reciclado y en el que aún conservo, seca sequísima, aquella flor blanca que arrancaste para mí en la primavera, aquí otoño, del 2001. Y me decido a escribirte sobre todo porque tengo la convicción de que no vas a leerlo y porque sé, así mismo, que si yo supiera que ibas a hacerlo no tendría el coraje de abrirme como tengo pensado hacerlo.

Estoy harta, harta hartísima como la flor sequísima. No te entiendo, no sé si hace días semanas o meses que dejé de hacerlo pero hoy no lo hago y mañana dudo que pueda. Cuando reapareciste hará mañana dos semanas después de otras dos de ausencia y dijiste (mejor dicho, escribiste) aquellas dos "palabras mágicas" yo me lo tomé como un "hola, estoy de vuelta". Pensé que ya habías llorado, pataleado, destruido todo como una apisonadora y comenzado de nuevo la muralla nueva sin grietas en absoluto. Otra vez me equivoqué, aquello no era un hola, sino otro adiós. Llegaste, escupiste aquello para que me queden los suficientes sentimientos contradictorios y volviste a desaparecer. Tu especialidad, y la mía claro, eso tampoco voy a negártelo.

Pero no estoy de acuerdo, no lo estoy en absoluto. No puedes llegar, zarandear mi mundo como un huracán y después desviar la mirada a otro lado. Y me dirías como réplica a este broncazo que necesitas pensar, que tienes la cabeza hecha un lío, que tu vida no está saliendo como pensabas, que las mujeres de tu vida no están donde tú quisieras (y ahí tendrías unas palabras amables sobre mi papel en tu historia) y yo te daría ánimos y fuerzas, y te devolvería la sonrisa y las ganas de comerte el mundo. Y así me lo dirías.

Pero después das media vuelta y lo olvidas, vuelves al pozo, te dejas hundir. Te deshaces en decirme lo importante que soy en tu vida y lo mucho que aprecias mi ayuda y tiras mis consejos a la basura en cuanto se te pone por delante otro pendejo/a que te mira retorcido. Y todo cansa pequeño, todo. Puedes decirme una y mil veces que estamos juntos en la distancia, que no me olvidas, que te sirvo para seguir adelante pero si no te veo predicar con el ejemplo terminaré no creyéndome nada. Ya no empujas el carro, has vuelto a tirar la toalla, te regodeas en tu profunda desdicha.

Me jode. Pega un golpe en la mesa, suelta un juramento aunque no sea tu estilo, suelta lastre y da un paso al frente. Y sobre todo da la cara. No pienses que por cerrarle la puerta a tu problema éste deja de existir. Yo sigo existiendo sea lo que sea para ti. Búscame a mí mi hueco en tu vida como yo te tengo el tuyo y monta todo lo demás desde el principio. Y no huyas, no te sirve de nada. Sabes que conmigo puedes hacerlo porque es parte de nuestra relación pero en tu día a día no va a llevarte a ninguna parte. Como tú me enseñaste y así escribí en mi cuaderno "Rézale a Dios pero sigue remando hacia la orilla".

Yo estaré aquí como siempre lo he hecho, pero cuando vuelvas, que lo harás, acuérdate de preguntarme por mí, por cómo he estado y cómo van esos problemas que te conté y por los que no has vuelto a preguntar. Porque de lo contrario no sé si me quedará más paciencia y si no seré yo la que cierre esta vez la puerta. No es una amenaza, no pretende serlo, sólo es fruto del dolor profundo que me provoca tu ausencia y tu punto de egoísmo que te permite estos días pensar sólo en ti sin reparar en los demás.

CARPE DIEM

miércoles, 18 de febrero de 2009

Para tocar el cielo

No sé el motivo por el que amanecí tarareando esta canción, tal vez tenga que autopsicoanalizarme un rato para descubrirlo, jajaj! De todas formas me apetece compartirla o al menos, dado que dudo que nadie la escuche, dejármela aquí para recordarme de vez en cuando ciertas cosas que a veces me olvido de sentir.




martes, 10 de febrero de 2009

Celebración de la voz humana/2


Tenían las manos atadas o esposadas, y sin embargo los dedos danzaban. Los presos estaban encapuchados: pero inclinándose alcanzaban a ver algo, alguito, por abajo. Aunque hablar, estaba prohibido, ellos conversaban con las manos.

Pinio Ungerfeld me enseñó el alfabeto de los dedos, que en prisión aprendió sin profesor:

-Algunos teníamos mala letra -me dijo-. Otros eran unos artistas de la caligrafía.

La dictadura uruguaya quería que cada uno fuera nada más que uno, que cada uno fuera nadie; en cárceles y cuarteles y en todo el país, la comunicación era delito.Algunos presos pasaron más de diez años enterrados en solitarios calabozos del tamaño de un ataúd, sin escuchar más voces que el estrépito de las rejas o los pasos de las botas por los corredores. Fernández Huidobro y Mauricio Rosencof, condenados a esa soledad, se salvaron porque pudieron hablarse, con golpecitos a través de la pared.Así se contaban sueños y recuerdos, amores y desamores: discutían, se abrazaban, se peleaban; compartían certezas y bellezas y también compartían dudas y culpas y preguntas de esas que no tienen respuestas.

Cuando es verdadera, cuando nace de la necesidad de decir, a la voz humana no hay quien la pare. Si le niegan la boca, ella habla por las manos, o por los ojos, o por los poros, o por donde sea. Porque todos, toditos, tenemos algo que decir a los demás, alguna cosa que merece ser por los demás celebrada o perdonada.



"El libro de los abrazos"

Eduardo Galeano