lunes, 15 de diciembre de 2008

Clara


Clara era de todo menos una chica del montón aunque, casi sin excepciones, se escondía tras la apariencia de una de ellas. Tenía el extraño don de pasar desapercibida cuando se lo proponía y lo hacía a diario, en casi todas las facetas de su vida.

Recordaba con sorna un día, de adolescente, cuando el malote del barrio le dijo que él era único e inimitable, que no había nadie como él y que, sin embargo, como ella había doscientos millones de chicas más.

Aún asoma a sus labios una sonrisa al recordar lo que le respondió:

"Gracias a Dios- le dijo-, gracias a Dios que eres único, porque el mundo no podría soportar dos como tú" .

Y giró sobre sus talones y le dejó ahí pasmado y sin opción a réplica.

Igualmente, ella sabía que cualquier cosa que ese chico "excepcional" respondiera no podía interesarle. Ya entonces iba sutilmente disfrazada de chica del montón, sólo que aún no lo sabía, y esa breve conversación con el tarugo la hizo reflexionar.

Lejos de la ofensa, ese breve episodio que para otro habría pasado desapercibido removió sus cimientos internos. Ella se sabía de todo menos del montón, no había tenido una infancia del montón, ni tenía una adolescencia del montón, así que jamás llegaría a ser una mujer del montón. En ocasiones pensaba con nostalgia que ojalá fuera así, que ojalá pudiera permitirse el lujo de ser "corriente" pero ella era ella misma y sus circunstancias, y éstas no le darían tregua jamás.

Así que pasaron unos años y ahí estaba de nuevo, rememorando ese breve trazo que dejó en su memoria el rey de los imbéciles. En ocasiones parece increíble qué sucesos o personas dejan impronta en tus recuerdos. Con el transcurrir del tiempo ella seguía disfrazada de chica del montón y no le iba nada mal en su papel y él había dado con sus huesos en la cárcel, según supo ella años después, por robos, extorsiones, intimidación y esa hilera de heroicidades que cometen los que se saben "únicos".

Así se regodeaba Clara en su insignificancia para el mundo. Así pasaban sus días en el más absoluto de los anonimatos, sin pena ni gloria ni príncipe azul como decía Sabina. Ella contaba con una ayuda extra en el arte de ningunearse y es que apenas nadie, salvo raras excepciones, la miraba a los ojos. Tal vez sea una costumbre del mundo en el que vivimos, o tal vez sean sus ojos los que no parecen excepcionales a simple vista, pero lo cierto es que si no se le dedican unos segundos, esos ojos pueden ser de cualquiera. Pero eso sí, una sola mirada sostenida y dejarán de serlo por siempre jamás.

Y es que, esos ojos la traicionan, no mantienen tan a raya como ella quisiera a la mujer bandera, a la Reina del Cabarett a la mujer impulsiva y valiente que duda siempre pero que no se detiene ante nada. Es única en su especie, tan tenaz, tan exigente, tan humana y sensible, con esa mezcla de fragilidad y determinación que da vértigo de sólo pensarlo. Lleva años luchando y se forjó a sí misma el carácter de los que tienen el don de pasar desapercibidos pero llegan a donde se proponen.

De ahí su innegable éxito académico y profesional, de ahí su fama de sincera y accesible y un millón de virtudes más que hacen de ella un ser único.

Pero a pesar de todo, a pesar de su fortaleza y su tesón a Clara le asusta su secreto. Hay algo de sí misma que mantiene oculto incluso para sí. No se lo reconocería ni a su propia conciencia. Todo el mundo tiene sus debilidades pero la suya le parecería, de llegar a reconocerla, la mayor de todas. Ella, la mujer íntegra y de valores, muy en el fondo de su subconsciente sabe que no lleva la vida que le gustaría llevar. Los sueños la traicionan y le muestran el mundo en el que a ella le gustaría probar a vivir. Poder evadirse de su entorno y volar, volar muy lejos porque, en el fondo, es una traidora. Se ha trabajado tanto un personaje que ha renunciado incluso a ser ella y así mantiene engañado a su entorno y a sí misma.

En ocasiones siente cosas que no le parecerían "lícitas" a la Clara que vive en el mundo real y por eso sufre y se siente diferente. Tiene tantas capas y tanto miedo al desnudo que sabe que nunca se atreverá a rasgar el cascarón y salir al mundo. Así es, tal vez no sea excepcional, tal vez esta debilidad la condene a lo mundano, tal vez sólo puede soñar con dejar de ser la chica del montón y lo que muestra no es un disfraz de una mujer excepcional sino la prisión de la nada.

Sí, tal vez viva dentro de un personaje inventado, pero inventado no para ocultar al ser maravilloso y diferente como a ella le gusta imaginar, sino inventado para ocultar el pozo, el vacío del que está formada. Tal vez sea eso, tal vez el disfraz que se ha confeccionado tan a medida no es el que lleva por fuera sino el que lleva en su interior y que la aisla manteniéndola alejada incluso de sí misma, de su misma esencia...

Si ella fuera consciente preferiría ser una chica del montón a no ser nada, preferiría ser una de los doscientos millones del imbécil convicto. Pero está condenada.

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